El socio ejecutivo de la sociedad que dio vida a Andalué a mediados de los 90s recuerda los primeros años de nuestro barrio y cómo, tras más de dos décadas, comienza a despedirse de uno de sus más queridos proyectos.

Ya tiene 71 años, pero eso no aleja a Enrique Donoso de lo que ama, él sigue con los pies metidos en el barro. Este empresario del rubro inmobiliario nos recibe calmado y sonriente en su oficina ubicada en plena Avenida Andalué, y más bien en uno de los proyectos que pondrá fin a una aventura que comenzó hace más de 20 años.

Cuando en 1995 San Pedro de la Paz se transformó en comuna un grupo de visionarios ya trabajaba en lo que se transformaría pronto en uno de los barrios más importantes de la comuna, uno de ellos fue Donoso.

“La historia se remonta a 1994. El socio principal de la Inmobiliaria Andalué, Alfonso Guzmán, había visto estos terrenos muchos años antes y los había tratado de comprar, pero sólo entonces consiguió su objetivo”, comenta quien hoy lidera los proyectos de Jardín Nativo.

Según cuenta don Enrique, antes estos terrenos pertenecían a un grupo de ciudadanos belgas, quienes intentaron, sin éxito, crear un desarrollo inmobiliario en las faldas del cerro.

En aquel entonces San Pedro aún estaba en vías de transformarse en comuna, por lo que todo el trámite administrativo se realizó en Concepción. El principal obstáculo fue la Laguna Grande, lo que sólo se destrabó cuando la Armada declaró que, al ser un cuerpo de agua navegable, la jurisprudencia le correspondía y así, con todo aprobado, comenzó el viaje entre quebradas.

“Las personas de Concepción no entendían el concepto de vivir en el cerro, nos decían ‘por qué ustedes tienen la idea de venir a instalarse arriba de un cerro, si hay tanto viento’. La respuesta es simple, prefiero estar arriba con el viento que seca, que con los pies metidos en el agua, como en Concepción donde la humedad es brutal por estar prácticamente al nivel del mar. Sin embargo fue difícil convencer a la gente en un inicio”, recuerda entre risas Donoso.

“Esto comenzó en 1996 con una venta explosiva, pero una de las anécdotas es que nadie construía. El negocio nuestro eran sitios. La gente decía ‘no, hay que esperar octubre, noviembre para construir’… cosas antiguas, entonces nosotros decidimos dar el primer paso como inmobiliaria y los vecinos nos siguieron”, rememora el padre de 6 hijos, casado con una reconocida psicóloga, con quien actualmente comparte sólo los fines de semana, pues gran parte del tiempo él está en Andalué, con los pies en el barro, mientras su mujer, ya jubilada, sigue trabajando, atendiendo en una habitación que transformaron en consulta en su casa en Santiago.

Mantener los entornos naturales fue uno de los focos del proyecto, donde también se lucían las plazas y una innovadora ciclovía. Los miradores y caminos interiores para la seguridad de los niños coronaban un espacio donde la vida en comunidad era posible e incluso necesaria.

Esa es otra de las principales luchas de este hombre. Enrique ve más allá del concreto de las casas e incluso encima de los gigantescos árboles que acompañan el desarrollo urbano del sector. Su infancia y crianza lo hacen poner el foco en lo emocional y lo valórico.

“Hay que terminar con los prejuicios. Nosotros nunca quisimos ser un barrio cerrado, porque a la gente hay que educarla de otra manera, no con prohibiciones”, comienza reflexionando el empresario.

“Nuestra generación fue criada en un Chile más austero, donde las ambiciones y metas eran distintas. Uno no aspiraba a mucho más que tener una buena casa, un autito, en lo posible, y dar educación a nuestros hijos, que era la principal herencia. Eso ha cambiado, ahora los muchachos si a los 30 años no tienen una casa, un auto y han recorrido el mundo se sienten frustrados, fracasados, antes eso no era así. Además hay tanta ostentación. El país y su gente se han vuelto ambiciosos, individualistas. Deberíamos tratar de volver un poco a lo de antaño”, fundamenta Enrique, recordando las pichangas en las plazas, las corridas en bicicleta y los juegos que marcaron su infancia de barrio, algo que quiso dar como sello a Andalué y que espera se pueda recuperar.

Jardín Nativo

El último proyecto de la inmobiliaria Andalué que Enrique Donoso dirige en el sector es el ambicioso e innovador Jardín Nativo, un conjunto de edificios y townhouses, que, de cierto modo, rompe el paradigma de lo que se veía en nuestro barrio.

Son edificaciones, a la vista, muy simples, pero en realidad muy amplias y funcionales, que surgieron del reclamo de una de sus hijas.

“MI hija me hizo una queja un día y me dijo ‘ustedes hacen puras casas y departamentos para personas mayores, con el típico papel mural beige y los detallitos de los guarda polvos, las lámparas, etc’. Me apuntó que la gente joven ya no quiere eso, que las cosas han cambiado y que no encontraban nada de su gusto, eso me alumbró el camino”, señala el empresario.

Por ejemplo, las townhouses, donde se destacan espacios novedosos y el uso de nuevos materiales van desde los 159 metros cuadrados totales y se está dando inicio a una nueva etapa que va desde los 240.

Su mensaje para los vecinos de Andalué es claro y conciso:

“Que la gente cuide el proyecto, porque yo creo que esta cuestión, modestia aparte, es una joyita, es un lujo. Y ese lujo no está necesariamente en una casa o un departamento, el lujo está, por sobre todo, allá afuera. Para qué me preocupo de si me gustó o no el color de la pintura, por ejemplo, para qué, si tengo esa vista, la naturaleza. Quienes han optado por nuestras casas, no sólo están comprando una vivienda, están adquiriendo un hogar, están invirtiendo en momentos con sus familias que sabemos serán recuerdos que quedarán en su memoria para siempre. Para nosotros trabajar aquí, es fantástico, es como estar de vacaciones”, concluye Enrique Donoso, el hombre que inició la revolución del barrio Andalué.

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