Días de verano, de vacaciones y de buenos momentos en familia pueden
transformarse en una pesadilla en un pestañar de ojos.
El calor y los días soleados son una invitación innegable a disfrutar del agua en las piscinas y diversos balnearios de nuestra ciudad. Sin embargo, de no tener los ojos bien abiertos pueden transformarse en el escenario de lamentables accidentes, principalmente relacionados con niños y el siempre latente peligro de la asfixia por inmersión.
En este sentido, Angélica Melita, enfermera y académica de la facultad de enfermería de la Universidad de Concepción, entrega consejos fundamentales no sólo para salvar vidas sino que para prevenir los accidentes que se puedan suscitar en estos meses de verano.
“Las directrices en reanimación siempre parten con el tema de la prevención. Si uno como papá o como la persona a cargo de un menor se preocupa de prevenir ciertas situaciones de riesgo no tendríamos que lamentar un accidente”, dice en primer término la profesional del área de la salud.
“Lo primero es la supervisión de los niños. A veces pasa que en un lapsus de segundos tú pierdes la mirada de dónde están tus hijos y justo ahí se suscita algo, por lo tanto es fundamental estar atentos a qué es lo que están haciendo. Siempre recomiendo que los papás se deleguen la función de quién está a cargo de los niños y no dejarlo así como en un ambiente de ambigüedad, como que yo asumo que tú estás pendiente de los chicos mientras yo estoy haciendo otra cosa, sino que haya alguien designado para estar atento a las necesidades de los niños”, comenta la enfermera.

En el tema de la prevención existen ciertos dispositivos o elementos que ayudan, siendo los más útiles y confiables los chalecos salvavidas que, en el caso de que el niño llegase a caer a la piscina, lo hará flotar y eso nos dará tiempo valioso para poder ayudarlo.
“Los chalecos son mucho más útiles que las famosas ‘alitas’ que suelen ponerse a los más pequeños, pues, cuando un niño cae a la piscina tiende, por reacción involuntaria, a levantar los brazos y las alitas muchas veces se desplazan. Algo similar a lo que ocurre con los tipo ‘neumático’, pues se suele jugar y saltar con ellos y podrían quedar en la superficie mientras el menor pasa hacia abajo”, señala Angélica.
Por otra parte, el uso y efectividad de estos últimos elementos depende del tamaño del niño y de su desarrollo psicomotor e intelectual, pues hay niños más grandes que realizan acciones que otros más chiquititos no son capaces de ejecutar, como sostener el ‘picarón’ con las manos, por ejemplo.
EVITANDO LA TRAGEDIA
Muchas veces por más cuidados que se tengan los accidentes ocurren y por ende hay que estar siempre preparados para enfrentar la emergencia.
Angélica afirma que en relación a las asfixias por inmersión hay varios mitos.
“Muchas personas piensan, por ejemplo, que deben botar el agua, pero a veces esta agua que tienen los niños es porque la han tragado y si entra en el tubo digestivo debe salir por vía natural. No tiene mayor impacto. Entonces aquí para sacarlo de la piscina o de la laguna hay que ver fundamentalmente el tiempo y cómo reacciona el menor”, comienza explicando la especialista.
“Si yo saco al niño del agua y él está llorando o tosiendo por ejemplo, es bueno. Si está llorando, está reactivo y eso es un buen indicador. Si está tosiendo significa que el agua que pudo entrar a la vía respiratoria está tratando de eliminarla de forma natural. Qué debo hacer ahí, en este caso el rol del adulto responsable es estar tranquilo, porque la ansiedad se contagia, si el chico ve que yo como papá o mamá estoy alterada, lo voy a poner más nervioso y eso va a generar posteriormente un estrés, que pudiese transformarse incluso en un estrés post-traumático y después vamos a tener niños que no se quieren bañar, que no aprenden a nadar, que le tienen miedo al agua”, asegura Angélica.

El tema más complejo, sin embargo, es cuando el padre o la madre encuentran al niño ya caído en la piscina, pasó un lapso de tiempo y está flotando sin reacción.
“Una vez que me percato debo sacarlo inmediatamente del agua. Luego debo valorar la respuesta, lo muevo, lo toco, ‘¿hijo cómo estás’?, me acerco, percibo si está respirando o no. Entonces debo iniciar las maniobras de reanimación cardiopulmonar”, señala.
Si no hay reacción se debe iniciar con compresiones cardíacas. Si es niño mayor hay que usar las dos manos juntas para apretar, si estamos hablando de escolares y preescolares con una mano basta y en caso de lactantes, menores de un año, se utilizan dos dedos.
“Lo importante es que lo que yo comprimo o aplasto debe ser aproximadamente un tercio del diámetro anteroposterior del tórax y eso se hace 30 veces seguidas, rapidito, porque tengo que alcanzar las 120 compresiones en un minuto. Hago estas 30 y luego ventilo”, apunta la enfermera.
En caso de niños se debe apretar la nariz y dar respiración boca a boca en dos oportunidades. Si es bebé, menor de un año, se puede con la boca cubrir la nariz y la boca del niño. Se deben dar dos ventilaciones por cada 30 compresiones.
“Si estaba solo en casa al momento del accidente, después de haber hecho esas maniobras por dos minutos, recién tomo mi celular y llamo a un servicio de emergencia. Esto porque los niños son pequeñitos y son más lábiles a las deficiencias de oxígeno, yo debo darles un apoyo. Después de llamar hay que seguir con las maniobras hasta que llegue la ambulancia. Obviamente si estoy con otra persona mientras yo empiezo con las maniobras le digo que llame al número universal 131”, agrega.
Cabe destacar que la persona que de las indicaciones debe ser alguien que tenga autocontrol y pueda decir de manera clara qué fue lo que pasó y dar bien la orientación de dónde es la emergencia.
“Yo trabajé muchos años en la atención prehospitalaria, trabajé en el SAMU, entonces nos pasaba de repente que la gente estaba muy nerviosa por la situación, lo que es comprensible y no entregaban bien las indicaciones de la dirección o de lo que realmente había sucedido y se pierde tiempo que puede ser vital”, concluye la experta