Hace más de 20 años Raúl Ñancupil y Jasna Sanhueza crearon una panadería en el sector de Huépil, en la comuna de Tucapel, que rápidamente encontró el éxito asociándose con una cadena de casinos que les permitió entregar pan para colegios de toda la provincia de Bío Bío. Pero a pesar del aparente triunfo la realidad ocultaba un gran problema económico. Los traslados y otros costos hacían insostenible el negocio para los padres de familia y estaban al borde del colapso.

El estallido social empeoró el asunto, muchos colegios empezaron a suspender sus clases y el contrato que sostenía el negocio estaba en riesgo. En ese momento entró en juego su hijo, Felipe, destacado ingeniero civil industrial, docente y ex director Centro de innovación y emprendimiento de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y exitoso emprendedor, a quien por primera vez en años le pidieron una mano para salvar la panadería.

De pequeño Felipe siempre ayudó a sus padres en el local, que inició como minimarket, y con esfuerzo empezó sus propios negocios y gracias al trabajo familiar logró ingresar a la facultad de ingeniera de la tradicional casa de estudios de Santiago. El tiempo pasó y finalmente sus caminos se volvieron a cruzar. Felipe propuso a sus papás asociarse y crear una pastelería, confiado en el talento de su madre en el mundo de la repostería y las recetas familiares que siempre disfrutó, juntó capital y con la llegada de la pandemia todo se aceleró.

“Estábamos negociando con esta cadena de panaderías para cambiar las condiciones y poder bajar los costos para hacer la cosa rentable y llegó el Covid, se cerraron los colegios y todo se acabó, por suerte ya estábamos trabajando en armar la pastelería, pero al principio fue difícil, por ejemplo el tema de los permisos y patentes se demoró mucho por el tema de las restricciones, se cerró la municipalidad de Los Ángeles donde nos íbamos a instalar por varias semanas, pero el esfuerzo y la espera dieron frutos más rápido de lo que esperábamos”, recuerda Felipe.

Es que el crecimiento de la pastelería Ñancupil y Sanhueza fue realmente explosivo, en poco más de 6 meses crecieron en cerca de un 500 por ciento y para Felipe era momento de dar el salto y agrandar el negocio. Así se puso en búsqueda de una nueva plaza para instalarse y aunque Santiago era la idea primaria, finalmente optaron por Concepción y más específicamente por el sector de Andalué, en San Pedro de la Paz.
“Creemos que es un sector perfecto para nuestros productos y los primeros días han sido muestra de aquello”, asegura Ñancupil.

TENTACIONES CASERAS

En Ñancupil y Sanhueza no se trata de adornos ni decoraciones, se trata esencialmente de calidad, cantidad y sobre todo sabor, mucho sabor.

Son recetas tradicionales, que han pasado de generación en generación y que evocan recuerdos de la infancia, esa torta que hacía la abuela o el aroma a berlín frito en la antigua cocina.

Es con esos sabores, esos recuerdos que conquistaron los paladares de los angelinos y ahora buscan encantar a los vecinos de Andalué y todo el gran Concepción.

Dentro de las tentaciones destacan los berlines, especialmente los novedosos berlines mixtos que vienen rellenos con manjar y crema pastelera, sí, ambas cosas. También la torta de hoja manjar nuez, la torta de merengue helada y la torta amor se llevan las preferencias.

Completan la carta waffles rellenos con majar y cubiertos con chocolate, varias tortas y tartas, además de galletitas y alfajores.

“Tenemos cosas para todos los gustos de los que disfrutan los dulces, tenemos cosas para los que les gusta lo esponjoso y dulce con los berlines, lo duro y dulce como la manjar nuez y lo ácido y dulce con la amor. También tenemos tortas heladas deliciosas que son como un postrecito para los que le gustan los dulces más fresquitos también”, apunta Felipe.

Pero eso no es todo sino que están innovando con una línea de pasteles sin azúcar e incluso otra línea con proteínas añadidas, especiales para amantes del deporte y los que cuidan sus cuerpos.

“Nuestro sello es el sabor, harto sabor, bien grande y sabor casero, se nota que no es una producción industrial, se nota el manjar artesanal, los productos que compramos en la zona, nada procesado, nosotros por ejemplo compramos las frutas, las seleccionamos, nosotros las congelamos, son procesos artesanales. Son ricos, pero no tengo para que decirlo, tienen que probar y se van a dar cuenta”, asegura el socio fundador.

LA FAMILIA PRIMERO

“No es por ser autorreferente pero con mi familia se puede ver la historia. Mis papás de clase media baja, mi papá perdió al suyo cuando tenía 14 años y se tuvo que poner a trabajar, al momento de poner su negocio tuvieron que vender todo, endeudarse, los hijos los ayudamos de pequeños en el local y después yo me fui a estudiar a la mejor universidad de Chile, trabajé ahí y luego volví a ayudarlos con todo lo que aprendí y que aprendí gracias a ellos. Es bonita la historia de cómo volví a ayudarlos a salir de las deudas y hoy están bien y felices, por primera vez en casi 30 años mi mamá está pensando en salir de vacaciones, es súper gratificante”, dice Felipe con mucho orgullo y continúa.

“Mis hermanas están vinculadas con el área de la salud y mi hermano chico tienes mis mismas inquietudes, hace negocios, es busquilla, pero él ya tiene todo, hasta le presto mi tarjeta de crédito, porque es súper responsable. El punto es que nosotros en una generación logramos cambiar todo el escenario, mis papás vivían en la casa de mi abuelo y hoy tenemos tres locales y seguimos creciendo y al final lo que más nos gusta de todo esto es poder dar trabajo y pagar buenos sueldos, formar equipo, formar familia”.

“En los medios hay algunos sujetos que dicen que los pobres son pobres porque quieren, por ejemplo, o cómo es posible que un niño trabaje, siendo que debería estar jugando o estudiando, pero no ellos, que muchas veces son políticos, no entienden que uno trabaja no porque te obliguen… si uno ve a sus papás levantarse a las 4 de la mañana y acostar a las 12 de la noche, qué vas a hacer ¿salir a jugar con tus amigos? No, no es que ellos me obligaran, es que había que hacerlo y quería ayudar, estar con ellos y al final todo tiene recompensa”, cierra Felipe Ñancupil Sanhueza, el hijo y socio de una familia trabajadora que ha cosechado éxito gracias a las deliciosas tradiciones del hogar.

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